Mi embarazo fue bastante bueno, con las típicas nauseas y mareos en el primer trimestre, insomnio en el tercero, y alguna que otra infección puñetera. Hice clases con una fisioterapeuta que me enseño los pujos hipopresivos y me miré los videos de MaterTraining.
Me planté en la semana 41 y a parte de frecuentes contracciones de Braxton-Higgs, el peque no parecía tener intención de salir. La Dra. Sandra Gómez, que es un amor, me recomendó no esperar a llegar a la semana 42, así que programamos una inducción para la 41+3. En el tacto que me hizo en esa visita, me dijo que el cuello estaba blandito y que tenía buena pinta. Yo no tenía ningunas ganas de pasar por una inducción. Soy médico y como tal soy muy mala paciente, así que prefería tener un parto lo menos intervenido posible. Eso si, tenía clarísimo que en algún momento querría la peridural. Intenté todos los remedios caseros, pero nada.  En la madrugada de la 41+1 empecé a notar dolores abdominales más fuertes y más contracciones de lo que había sentido hasta entonces. Sobre las 6h me puse en contacto con mi gine y me dijo que con calma me fuese hacia el hospital. Me di una ducha calentita antes de irme porque no me encontraba nada bien. Tenía muchos escalofríos y malestar, pero yo pensaba que era todo miedo y parte del parto. El viajecito hasta el hospital se me hizo interminable y llegué con tan mala cara que la gente que hacía cola en el mostrador de urgencias se acojonaron un poco y me dejaron pasar primera. No tenía fuerzas ni para andar. Llegué a la sala de partos y me pusieron el monitor (las correas) y me miraron la tensión. Mi madre, que vió que eso no era normal, notó que estaba un poco caliente y pidió que me mirasen la temperatura. Estaba a 37.6. La Dra. Gómez bajó a verme al poco de haber llegado yo y me hizo un tacto. Nada, seguía a 1cm. Me sacaron sangre y me dijo que me pondrían una vía. Tengo páníco a las agujas (para más inri hago anestesiología), y la vía me daba más pánico que el parto en si. Negocié el tamaño de la aguja, para que no fuese la más grande y aceptaron. La verdad es que la comadrona que me la puso lo hizo genial y no me enteré ni del pinchazo. La analítica mostró que tenía una infección y el origen de ella era muy probablemente la placenta por lo que lo mejor era hacer una inducción. Me pasaron a una  habitación y sobre las 12:30 empezamos con oxitocina. Las contracciones empezaron y fui aguantandolas varias horas. Me dieron una pelota y me sentía bastante cómoda. Sobre las 15h vino una nueva comadrona y antes de hacerme un tacto me sugirió (de hecho insistió un poquito) romper la bolsa. A mi la idea no me entusiasmaba y de momento prefería esperar . Entoces me hizo un tacto y pluf, al agua patos! Me quedó la duda de si había sido ella, pero bueno, ya estaba hecho. Desde ese momento las contracciones empezaron a ser más fuertes y regulares. Con las respiraciones, la pelota y calor local iba tirando. No me gustó tener que estar limitada en el mismo lugar por culpa de las correas. La Dra. Gómez me dejó estar desconectada un rato pero al poco entró la comadrona y no le gusto la idea, así que de vuelta a estar “atada”. Creo que esto es lo que llevé peor. Sobre las 18h dije “prou”. Estaba de unos 5-6cm y pedí la peridural. Tal y como lo habíamos hablado con mi ginecóloga, me pusieron una “walking-peri” que me permitió seguir con los ejercicios con la pelota. Que descanso! Tuve algunos picores debido a los fármacos de la peridural pero nada que no se pudiese aguantar. A las tres horas, me pusieron otra dosis y ya me tuve que quedar tumbada. Sobre las 22h me hizo otro tacto y la cosa estaba ya a tope. 10cm! Sin prisas empezamos con los pujos hipopresivos que me habían enseñado en las clases preparto. Pero el peque estaba muy arriba aún y no bajaba. El monitor no era muy atractivo y cuando venían las contracciones el ritmo cardíaco fetal bajaba bastante. El niño estaba sufriendo así que la cosa tenía que acelerarse. Yo no tenía ningunas ganas de tener que parir en la camilla con las piernas en los estribos, así que intentamos hacerlo de lado, pero nada. Cuando la Dra. Gómez me dijo que tenía que llevarme al quirófano para parir la cosa no me gustó un pelo y empecé a ponerme nerviosa y a colapsarme mentalmente. Pedí un poco mas de anestesia. Recuerdo estar tumbada en la camilla de quirófano y mirar el reloj. 23:35. El tiempo me pasó muy lentamente. También recuerdo a más gente de la que me hubiese gustado ver, y en otras ciscunstancias, seguro que me hubiese quejado pero no estaba el horno para bollos. Además estaba como en trance, concentrada en que mi peque saliese. Tras algunos pujos me pusieron una ventosa para ayudar a que el bebé bajase, pero el puñetero iba rotando la cabeza y no avanzaba. Yo estaba a 39º de temperatura y la frecuencia cardíaca del niño iba a toda pastilla y bajaba mucho durante las contracciones. A veces la ignorancia es una bendición, y ser médico no me ayudaba en ese momento. Todo lo contrario, me pasaban mil cosas por la cabeza. Yo veía que me acabarían haciendo una cesarea o peor, fórceps! Horror!! Pero por suerte mi gine persistió. La comadrona me iba metiendo bronca porque según ella no empujaba bien. Me decía tantas cosas que acabé pegándole un grito para que me dejase de repetir lo mismo en cada pujo. Concentrada en empujar y lo único que me pasaba por la cabeza era que si empujaba más, el culo me iba a explotar. A mi nadie me había dicho que iba a tener esa sensación y me hubiese gustado estar preparada! En fin, lo otro que pensaba era que esa iba a ser la primera y última vez que pasaba por eso. Porque narices el niño no salía de una vez!! “Venga que ya casi está!”, pero nunca estaba, pensaba que no saldría. Y de repente cuando ya estaba perdiendo la fe, la cabeza ya estaba fuera! No empujes ahora que tiene una vuelta de cordón. “Venga! Cógelo, cógelo!” Creo que esa imagen no se me va a borrar nunca de la mente, o al menos eso espero. La primera de mi pichón. Quien se acuerda ahora del dolor? Me lo pusieron encima, pero como había habido sufrimiento fetal se lo llevaron enseguida para examinarlo y sacarle sangre. Para mi fue una eternidad. Noté por primera vez que es eso del instinto maternal. Hacía pocos minutos que había llegado al mundo y ya me sentía cual leona a punto de saltarle a alguien a la yugular por no tener a mi cachorro junto a mi. Pero bueno, al rato me lo trajeron, y racionalmente comprendí que había sido necesario. Ya con más tranquilidad, antes de darme el alta, Sandra me confesó que lo había visto muy negro en algún momento, y que me fue del canto un duro que no me abriese!! No fue ni de lejos el parto que me había imaginado, pero salió todo bien y eso es lo importante. Lo mejor de todo fue tener de ginecóloga a la Dra. Gómez. La mejor elección sin duda alguna! Ahora mi pichón ya tiene seis meses y, aunque a lo mejor es amor de madre, está precioso.
Fedra