El parto, a pesar de tener lugar en un entorno hospitalario en la mayoría de las ocasiones, es un acto más social que médico. Salvo en situaciones concretas, se trata de un acto fisiológico en una mujer sana. Y, si ya de por si los seres humanos generamos expectativas alrededor que cualquier cosa que nos vaya a ocurrir, cuando se trata de un parto éstas son inevitables. Hoy os quiero hablar precisamente de esto: de las expectativas alrededor del nacimiento.

¿Qué son las expectativas? Son la esperanza, el sueño o la ilusión de conseguir un determinado objetivo. Son suposiciones inevitables, y pueden ser sobre una situación, sobre uno mismo o sobre terceras personas. Se construyen a partir de creencias propias, aprendizajes y mensajes externos. Cuando se alejan de la realidad dan lugar a frustración, que conlleva sentimientos de tristeza, decepción, desilusión y/o ira. La intensidad de la sensación de frustración depende de la situación vivida y de la vivencia elaborada a partir de ella, es decir, de cómo la gestionamos a nivel emocional. Cuando se trata de un parto, el objetivo es el nacimiento deseado, y las expectativas pueden ser sobre una misma (capacidad de parir, tolerancia al dolor…), sobre el acompañante (“¿estará a la altura?”, “¿me sabrá acompañar según mis necesidades?”…), sobre la actuación de los profesionales (“¿serán empáticos?”, “¿actuarán correctamente?”, “¿tendrán prisa?”) y sobre los acontecimientos (“¿será todo como yo espero?”). Son inevitables, pero es cierto que hay diferentes niveles, y no todas las mujeres se plantean las mismas cosas. Se construyen a partir de la información recibida y los deseos propios, y cuando la realidad vivida se aleja de ellas puede aceptarse o derivar en un Síndrome de estrés postraumático relacionado con el nacimiento (del que hablaremos en profundidad en unas semanas).

Es importante trabajar las propias expectativas antes del nacimiento. No todo el mundo tiene las mismas, así que no vale leer en Internet qué es mejor para tener un buen parto. Se trata de buscar información en fuentes fiables, ya sean libros, páginas elaboradas por profesionales, cursos de preparación al parto, o preguntando directamente a los profesionales. Toda esta información hay que gestionarla, decidiendo qué es importante para cada una, y luego adaptarla a la realidad individual de cada mujer (partos previos, factores de riesgo, embarazo normal o complicado, bebé de cabeza o de nalgas, lugar en el que se dará a luz…). Y a partir de aquí se construyen unas expectativas propias e individuales, diferentes de las de la amiga o las de la vecina. Un camino que se intentará seguir el día del parto en la medida de lo posible. Hay que tener en cuenta que cuanto más estrecho es el camino más fácil es salirse de él, así que no está de más planificar una carretera de un carril por sentido en lugar de un puente colgante.

Una manera de dar forma a las propias expectativas de manera ordenada es elaborar un plan de parto o plan de nacimiento. Se trata de un documento que recoge las preferencias, necesidades, deseos y expectativas de cada mujer alrededor de su parto. Es opcional presentarlo, pero un centro no puede negarse a aceptarlo. Lo ideal es presentarlo con antelación, consensuando los diferentes puntos con el equipo obstétrico, siempre de acuerdo con la evidencia científica. No es ningún contrato cerrado: se puede cambiar en función de los acontecimientos (por ejemplo decidir utilizar anestesia epidural aunque previamente se quisiese evitar). En el plan de nacimiento se hace referencia a las diferentes actuaciones que se pueden llevar a cabo en cada fase del parto y en el posparto: monitorización, libertad de movimiento, posturas, anestesia, intervenciones médicas, acompañamiento, inicio de la lactancia, actuación en caso de cesárea, etcétera. Yo siempre recomiendo redactarlo en positivo, con frases tipo “me gustaría” o “desearía evitar”, más que “quiero” o “no quiero”.

Las expectativas son necesarias, porque sin ellas no estaríamos donde estábamos. En la década de los sesenta y setenta los partos eran de todo menos bonitos. Poco a poco, y sin haber llegado aún al final del camino, la atención al parto ha ido cambiando, teniendo cada vez más en cuenta las expectativas de las mujeres. Tanto, que la nueva guía de atención del parto de la OMS da prácticamente la misma importancia a la vivencia de la mujer que a la salud física. La tendencia a la mínima intervención y a guardarse el reloj en el bolsillo es la llave del futuro, y esto se sustenta en evidencia científica, pero también en la voz de miles de mujeres. Hay que estar abierto a diferentes escenarios y situaciones, y nunca podemos preverlo ni controlarlo todo, pero el objetivo ha de ser siempre triple: una madre sana, un bebé sano y una familia satisfecha.