Después de un embarazo de lujo, sin enterarme de nada, un día en la consulta mi ginecólogo me dijo que justo cuando salía de cuentas  (fecha prevista del 7 al 11 de agosto) él estaría de vacaciones, y que si antes de su marcha ya había empezado a dilatar podía  “ayudarme” a parir. Yo me negué en rotundo, pues tenía claro que mi niña elegiría cuándo quería nacer.

A finales de julio y de 38 semanas, estaba dilatada de 2cm, y en la visita del lunes 2 de agosto de 3cm. Notaba contracciones cada noche, pero sin ningún tipo de dolor o malestar… Sólo sentía como mi barriga se ponía muuuuy dura. Quedamos para hacer monitores el miércoles 4 de agosto por la mañana.

Durante todos esos días el papi y yo pensábamos que el parto ya era inminente, ya se acercaba y recordábamos el parto de nuestra hija mayor, que fue muy rápido, tan solo duró cuatro horas desde la primera contracción hasta que nació.

Ahora no estábamos solos, teníamos que pensar en la logística de con quién dejar a la “hermana mayor”, y en cualquier momento me podía poner de parto: en el coche, en el ascensor…. Toda yo era un mar de dudas y de miedos. Por un lado, quería que mi pequeña eligiera el día que quería nacer, pero a su vez quería “controlarlo”.

Por suerte, mi gran amiga Laura y un amigo médico de la familia coincidieron que si me rompían las aguas entando de 3cm, todo estaría controlado y no nos arriesgaríamos a que pudiese parir en casa. Tenía muchas posibilidades de parir en una hora.

Llegó el miércoles 4 de agosto, y el papi me acompañó a la visita, más o menos decididos a decirle que aceptábamos a que “ayudara” a nuestra pequeña a salir. Aunque en el fondo no era lo que yo quería, y sentía que nos forzaban a las dos a hacer algo para lo cual no estábamos preparadas.

Nada más llegar a la consulta, la enfermera me llevó directa a monitores. Tuve una contracción heavy y, cuando el ginecólogo se lo miró con calma, me dijo que la niña había sufrido una bradicardia, es decir, que después de la contracción le habían bajado las pulsaciones cardíacas y podía ser que no le llegase suficiente oxigeno. Y eso podía estar provocado por una vuelta de cordón, por ejemplo, pero no lo sabíamos.

Ahí sí que nos entraron todos los miedos y fue justo en ese momento cuando el nudo que tenía en la garganta se deshizo y se convirtió en un mar de lágrimas.  Iba con la idea de decirle que me podía “ayudar” para ponerme de parto pero de eso a que la niña pudiese sufrir…..

Yo dilatada de 5 cm, y la niña con bradicardias, me provocaron el parto. Salíamos a las 14h de la consulta, y a las 16h me esperaban en la clínica para hacer el ingreso.

No dejé de llorar, llamé a la familia para organizar con quién dejar a la hermana mayor… Sólo pensaba en ellas, en despedirme de mi niña (la que ya conocía y tenía 20 meses)l en dejarla e ir a recibir a la otra, a la que aún no conocía. No había tenido más contracciones y eso me tranquilizaba. “Mis pequeñas estarán bien”, me repetía…

A las 16h llegamos a la Clínica, yo fresca como una rosa, y mientras mi comadrona llegaba hablé con la enfermera que me tomaba los datos del ingreso. Se llama Estela y me contaba que había sido madre hacía poco tiempo. A las 16:45h llegó mi comadrona. El ginecólogo ya me había dicho que la que estaba de guardia era un encanto: Gemma. Cuando le vi la cara, su expresión y su trato hacia mi, comenzó mi tranquilidad. Entendía mis sentimientos y mis miedos, me explicaba cada cosa que hacía y por qué lo hacía, cómo me cuidó y me respetó en todo momento.

Me hizo un tacto y me dijo que seguía de 5cm (como hacía 2 horas en la consulta), y que ese día me hubiese puesto de parto de forma natural, pero yo no sentía ningún dolor ni molestia como en mi parto anterior.

Me rompió las aguas y me dijo: “verás como en una hora tienes a tu niña en brazos”.

Directamente fuimos a la sala de partos, vino el anestesista y me puso la epidural, yo continuaba sin notar nada… Eran las 17:15h y esto empezaba.

Me pusieron los monitores y la niña tuvo otra bradicardia. La comadrona me lo iba explicando y veía en la pantalla como su ritmo cardíaco bajaba después de cada contracción. Me colocaron del lado derecho.

Yo estaba nerviosa, muy nerviosa, pero vi entrar al papi que se puso a mi lado con un traje azul. Nos sonreímos, nos besamos y ya estaba mejor.

Llegó el ginecólogo y después de otro tacto me dijo; “esto ya está”. Oía comentarios y veía movimientos entre la comadrona y el doctor, pero me tranquilizaban en todo momento : “todo está bien, la niña está bien”.

La iba diciendo que empujase, lo hacía como podía, sentía presión, mucha presión, y me animaba a empujar con más fuerza. Cuando oí “ya está aquí”, pensé que ya había parido, que la niña había nacido. Y no, sólo ha coronado.

Miré el reloj: las 17:50h.

Empecé a empujar de nuevo, y la presión se agudizó. No sentía dolor,  pero sí notaba cómo mi niña quería salir, cómo quería ver el mundo.

Con el último y agotador empujón oí que el ginecólogo dijo que el cordón era muy corto y tenía una vuelta en el pie de la niña, motivo por el cual no le llegaba suficiente oxígeno.

Vi como salía, toda babosilla y roja. Me la pusieron en el pecho, sucia y feota. Yo solo podía reír mientras temblaba sin parar debido a la epidural y al esfuerzo. El papi me dio un beso, y a mí me faltaba mi niña “mayor” para culminar aquel momento mágico.

Mientras la limpiaban a mi me pusieron tres puntos, y esa espera se me hizo eterna, quería irme con mi bebé. Justo traérmela, ya limpita, se enganchó al pecho a mamar…

¡Era tan guapa!

Por fin subimos a la habitación y estuvimos un rato los tres solos.

Cuando llegó mi niña mayor fue el momento más bonito de toda mi vida, mis dos tesoros estaban juntos, la mayor abrazó y besó suavemente a la pequeña mientras repetía las palabras: “guapa, guapa”.

Yo lloraba pero estaba feliz. En aquel instante en la habitación 779 había magia.