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La mayoría de los partos se desencadenan de forma espontánea alrededor de las 40 semanas de embarazo, pero en algunos casos es necesario poner fin al embarazo antes de que empiecen las contracciones y activar el motor del parto de forma artificial. Es lo que llamamos una inducción del parto o un parto inducido.

Alrededor de este proceso se comentan muchas cosas. ¿Es cierto que duele más? ¿Realmente es más probable acabar en cesárea? En esta entrada y en la de la semana que viene hablaremos de mitos y verdades sobre el parto inducido, explicaremos en qué consiste e intentaremos responder a los interrogantes más habituales que acechan a nuestras pacientes.

¿Cuándo inducir?

Hay varias situaciones en las que se opta por la inducción del parto. La mayoría de ellas son por motivos médicos: embarazo prolongado (entre las 41 y las 42 semanas), retraso de crecimiento, determinados problemas de salud de la madre o del bebé, etcétera. También puede ser necesario cuando se ha roto la bolsa de las aguas y van pasando las horas sin que aparezcan contracciones regulares. Y después están las inducciones llamadas “de tipo social”, ya sea porque la madre lo solicite o porque el ginecólogo la plantee. Este último grupo es motivo de debate constante, ya que una inducción del parto no deja de ser una intervención médica, y debería limitarse a casos muy concretos en los que además la mujer sea informada de sus pros y contras.

¿En qué consiste el proceso?

El objetivo de la inducción es conseguir contracciones regulares que produzcan dilatación del cuello del útero y que hagan bajar la cabeza del bebé por el canal del parto.

Las contracciones las conseguimos administrando oxitocina por vía intravenosa. Empezamos con una dosis baja y la vamos aumentando hasta que conseguimos un buen ritmo de contracciones. También nos puede ayudar a acelerar el proceso el hecho de romper artificialmente la bolsa de las aguas, ya que hace que la cabeza del bebé baje y presione el cuello del útero, favoreciendo la dilatación.

Pero además de dilatar, el cuello (también llamado cérvix) también debe borrarse. Como explicamos en nuestros cursos online, un cérvix normal es como el cuello de un embudo, y mide unos 4 centímetros. Con las primeras contracciones se va haciendo cada vez más corto hasta quedar casi tan fino como el papel. Si el cérvix no está borrado, antes de iniciar la oxitocina es más conveniente madurarlo. Administrando prostaglandinas (generalmente por vía vaginal, ya sea en forma de comprimido, gel o un cartoncito con una cinta) podemos conseguir que el cérvix se ablande y se borre, haciendo más sencilla la inducción y aumentando sus probabilidades de éxito.

Si el cérvix ya está algo borrado y dilatado, entonces el proceso empezará directamente con oxitocina y/o rotura de la bolsa. 

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¿Funciona siempre? ¿Qué ocurre si no funciona?

El objetivo de una inducción es conseguir un parto vaginal con garantías de seguridad para la madre y para el bebé. Y una inducción, como cualquier técnica, puede fallar, es decir, es posible que a pesar de utilizar todas las herramientas de las que disponemos no consigamos activar el motor del parto. Es lo que llamamos inducción fallida o fracaso de inducción, y en este caso no tendremos otro remedio que realizar una cesárea. Eso sí, una inducción necesita tiempo, así que para considerarla fallida tiene que haber pasado el tiempo suficiente.

Hasta un 50% de las inducciones terminan en cesárea, sobre todo en primíparas o cuando se empieza el proceso desde cero, sin que existan cambios previos en el cérvix. Algunas de estas cesáreas serán realmente por un fracaso de inducción, ya sea por falta de respuesta del cuerpo de la madre o porque la cabeza del bebé está tan arriba que no consigue hacer presión sobre el cérvix. Y otras lo serán por alteraciones del ritmo cardiaco del bebé, desproporción feto-pélvica (el bebé no pasa por la pelvis), u otros motivos que también pueden darse con un parto de inicio espontáneo. Sea como sea, un 50% es mucho, así que una buena manera de reducir las cesáreas es limitar las inducciones a los casos realmente necesarios.

En el post de la semana que viene seguiremos hablando sobre el parto inducido. ¿Tiene efectos secundarios? ¿Es cierto que duele más? ¿Puede la madre tomar decisiones al respecto? ¿Es cierto que la leche tarda más en subir? ¡No os lo perdáis!

 

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