Hoy quiero compartir con las lectoras (y los lectores) de Mater Training el relato de un parto que he publicado esta semana en mi blog. Todos los nacimientos dejan su huella en nuestra mochila de vivencias, pero algunos, por el motivo que sea, son un poco más especiales. Y partos de Lidia han sido para mí de los que dejan huella. No os ofrezco un relato convencional, sino que os muestro tres perspectivas diferentes de un mismo instante: la de Lidia, la madre, la de Mireia, la fotógrafa que la acompañó durante el parto captando cada instante en silencio, y por último la mía, como ginecóloga. La idea es que os pongáis en la piel de cada una de nosotras y conozcáis diferentes vivencias de un mismo momento.

Mireia:

Era la madrugada de un día caluroso de agosto cuando recibí el esperado mensaje des de hacía días. Lidia y su familia iban camino del hospital, por fin nacería Carlota. Yo estaba embarazada de 38 semanas ya de mi hijo Jan, así que mi marido quiso acompañarme en el coche y quedarse allí, para asegurarse de que yo también estaba bien.

De camino al hospital todo era emoción contenida, nervios, ilusión. Era la primera vez que fotografiaba un parto, y mi preocupación era asegurarme que la emoción no me impidiese captar el momento con la mayor calidad posible y de una manera que transmitiese todos los sentimientos que allí iban a estar presentes.

Una vez en el hospital nos encontramos con Lidia y Álex en la misma puerta, esperando el ingreso, y tras aclarar un par de veces en urgencias que yo no venía a ingresar, sino que era una acompañante, pude entrar con Lidia. Los dos maridos se quedaron un momento fuera con Ariadna, mientras Álex le explicaba que se tenía que quedar con mi marido (al que ya conocía de la sesión que hicimos durante el embarazo en la playa) a esperar que llegasen los abuelos, que estaban ya cerca. Lidia estaba lidiando con el dolor en silencio, y en todo el tiempo que estuve allí me demostró una gran entereza, serenidad y fortaleza. Su gran preocupación era que su niña (la mayor) estuviese bien y no percibiese nada que la pudiera preocupar, y la mía que si el parto avanzaba tan rápido Àlex se lo pudiese perder porque todos intuíamos que la llegada de Carlota era inminente. Yo acompañé a Lidia durante ese rato e intenté reconfortarla en lo que pude, pero Àlex llegó por fin y a partir de ese momento él se quedó a su lado, apoyándola, dándole masajes, lo que hiciese falta.  Irremediablemente yo no podía dejar de pensar en mi cercano parto también, todo me afectaba de una manera muy directa y personal. Y de repente, en la habitación en penumbra a excepción de un único foco y en un  silencio sólo entrecortado por un grito de Lidia llegó Carlota, con toda la naturalidad del mundo y fluyendo entre las manos de su madre. Casi sin avisar. Tan sencillo y a la vez tan brutal.

En esos momentos me sentía abrumada por la emoción. Mi admiración hacia Lidia era muy grande, y me preguntaba si yo sería capaz de tener la serenidad que ella había demostrado (me conformada con tener la mitad) y si tendría la suerte de tener un parto así de rápido y bello.

De las fotografías que hice esa noche recuerdo con especial cariño dos. Una del momento en el que Carlota se ve abriéndose camino, con medio cuerpo ya fuera, mientras Laura y Lidia la recogen con sus manos. La otra es una fotografía en la que Lidia tiene a Carlota ya en sus brazos y me mira exultante de felicidad mientras Àlex aún estaba abrumado y asombrado de lo que allí acababa de ocurrir. Yo sabía lo que Lidia estaba sintiendo en ese momento, y sentí una gran conexión con ella y me sentí muy agradecida por haber podido formar parte de este capítulo de su historia como familia.

Lidia:

Quería parir como lo había hecho la primera vez, cruzando aquella línea entre el consciente y el inconsciente, cruzar mis umbrales de nuevo, de forma natural. Pero para hacer este viaje, esta vez, necesitaba saber que mi hija mayor estaba bien. Lo necesitaba. Por esto, durante los días clave, ella se fue de vacaciones a la playa con sus abuelos. Muy consciente todo, muy racional… pero no, el parto no es racional y mi cuerpo no se puso en marcha hasta aquella tarde, pasados ya diez largos días desde la fecha prevista.

Una tarde de agosto, de amigas, mujeres de mi tribu, doulas de la vida, gracias Cris y Vane. Una tarde de volver a abrazar y oler a mi hijita mayor que aún era pequeña, ahora estás conmigo, yo soy la playa, yo soy el mar. Las hormonas comenzaron su juego, yo reconocí el dolor y le di la mano. Pensamientos. Parir es dejar nacer. Para dejarte nacer me he de soltar. Recuerda… el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. El viaje, te vengo a buscar pequeña. Todo fue rápido e intenso. Me sentía como una loba. Yo paría, yo mandaba. Vamos para aquí, ahora, cogemos a la niña, llamamos aquí, llamamos allá.

No podía ni andar y tenía un pie en el planeta parto, aún así miré a los ojos a quien me atendió y le expliqué mi primer parto y cómo sería el segundo, gracias por escuchar, por dejarme sola. Sola. Sentada. Estirada de lado. Tranquila. Los ojos y las manos y la voz de mi marido. El dolor intenso que crece. El silencio. Gracias por apagar un poco las luces cuando llegaste, Laura. Por inmortalizar aquel momento, gracias, Mireia. Y parí, rápido, intenso, pero tranquilamente. Gracias por aguantarme una pierna, por limpiar, por dejarme ser poderosa en aquel momento, coger con mis manos a mi nueva criatura y traerla hasta mi pecho. Yo he parido, pero tu has nacido, lo has hecho muy bien, pequeña, lo has hecho muy bien. El dolor se transforma en una enorme ternura y la felicidad se renueva y crece.

Laura:

Conocí a Lidia en la recta final de su primer embarazo, y en seguida conectamos. Tenía ganas de tener un parto natural en una época en la que todavía no demasiadas mujeres decidían subirse a ese tren. Vino un día a la consulta con contracciones, pero si realmente quería un parto natural no era el momento de quedarse, así que se marchó ni nada más ni nada menos que a Ikea. Esa noche, volviendo de una cena, me llamaron desde el hospital porque estaba de parto. Todo fluyó espontáneamente y con una normalidad exquisita, y parió de forma perfecta, prácticamente en silencio. Su cara de felicidad en aquel momento era indescriptible. ¡Aquel parto me enseñó tantas cosas!

El segundo embarazo fue muy bien. En las visitas hablábamos de partos, y también de educación, y de la vida en general. Se fue acercando la fecha probable de parto, y pasó de largo, y fueron pasando los días. En esas fechas tenía a mi amiga Raquel en una situación similar, esperando a Mariona, y entre una y otra me inspiré para escribir sobre la magia del momento: la dulce espera .  Me resistía a pensar en una inducción por embarazo prolongado después de haber vivido juntas un primer parto excelente. Apliqué la técnica carpe diem y fuimos viviendo los días al momento. A partir de las 41 semanas nos veíamos más a menudo, le propuse hacer una sesión de reflexología podal con Maura para intentar activar un poco el cuerpo… y es que cuando ponemos una “fecha de caducidad” podemos crear tanta presión psicológica que hasta frenemos el trabajo de parto, y por esto intento no sacar el tema si la mujer no me lo pide expresamente.

Después de hacer su propio trabajo interior, Lidia llegó a la conclusión de que le faltaba un elemento crucial: su hija mayor. Sin ella era incapaz de ponerse de parto. Finalmente su niña volvió, y Lidia estuvo a punto para recibir a su pequeña. Era viernes por la noche, a principios de agosto, y yo estaba de guardia localizable, así que dormía con medio ojo abierto y el teléfono a mi lado. Me sonó el móvil y me dijeron que tenía a Lidia en el hospital, prácticamente en dilatación completa. ¡No podía no llegar! Suerte que vivo bien cerca…

En la Sala de Partos reinaba el silencio. Vi a Lidia, estirada de lado, en otro mundo. Doy fe que el famoso planeta parto existe, ya era la segunda vez que veía a Lidia fuera de nuestra galaxia. Ni gritos, ni bañeras, ni accesorios. Ella, su marido, la comadrona (maravillada) y la auxiliar. Y Mireia, que no era que ocupase poco espacio, porque tenía más barriga que Lidia, pero se mantuvo medio invisible inmortalizando cada detalle. Bajé la intensidad de la luz y me puse unos guantes, era evidente que la pequeña estaba a punto de nacer. Y eso hizo, delicadamente, sin prácticamente ningún ruido, entre las manos de su madre, y se fue directa a su pecho para no separarse más. En ese momento supe que la mayor estaba fuera, y la hicimos entrar. No es habitual que los hermanos estén presentes cuando aún ni siquiera hemos pinzado el cordón, pero en ese momento no había más pacientes y todo fluyó para que fuese así. Llegaron los abuelos, las cámaras de fotos iban a cien por hora, y el ambiente era de felicidad absoluta. Finalmente no hizo falta hablar de inducciones, y con paciencia esa pequeña decidió conocer a su familia.

Bien, hasta aquí este relato a tres bandas. Gracias familia por compartir estos momentos, y sobre todo por confiar en mí. Gracias Mireia por captar cada instante y compartir tu vivencia. Y gracias Auxi por el trato exquisito que les diste en todo momento. Me quedo con dos frases de Lidia que también digo a menudo a mis pacientes: una es la de “reconocer el dolor y darle la mano”, es decir, bailar con las contracciones en lugar de luchar contra ellas. Las contracciones te parten en dos para dar vida a un nuevo ser desde tu cuerpo, y hay que dejarse llevar por ellas. La otra es “el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”. Un parto sin anestesia duele, pero este dolor no siempre implica un sufrimiento. De hecho, cuando la mujer sufre y aquello deja de ser bonito para ella, quizás será mejor replantearse si aquello sigue siendo lo que quería. Si la mujer se entrega a su dolor y le da la mano, al final, como dice Lidia, “el dolor se transforma en una enorme ternura y la felicidad se renueva y crece.”

 

Nota: las imágenes son propiedad de Mireia Navarro. En este enlace podéis ver todas las imágenes de ese momento y conocer cómo trabaja Mireia: http://blog.mireianavarro.es/partos/fotos-de-part-naixement-de-la-carlota-el-nacimiento-de-carlota