El ginecólogo, al principio del embarazo, me comentó que por la estructura de mi pelvis (muy estrecha y baja) podía no ser viable un parto vaginal, pero que no podía confirmarlo hasta que llegara el momento de dar a luz. 40 semanas justas duró el embarazo, mi peque decidió ser muy puntual. Todo empezó a las 10:00 de la mañana con una fisura en la bolsa.

Al llegar a la clínica nos pasaron a mi marido y a mí a un box, el ginecólogo de guardia (el mío estaba de vacaciones) me preguntó qué tipo de parto quería, le dije que mi idea era un parto vaginal con epidural, pero que no sabía si podría ser posible; hizo un tacto, me puso las correas y comentó que se podría intentar. Me trasladaron directamente a una sala de partos, muy acogedora y agradable. Me pincharon la oxitocina y empezaron las contracciones “dolorosas” (aguanté bien el dolor gracias a las técnicas que nos habían enseñado en las clases preparto).

La comadrona bajó la luz, se aseguró de que estuviera cómoda y nos propuso quedarnos solos hasta el siguiente control, algo que nos pareció muy bien. El ginecólogo entró al cabo de una hora, volvió a hacer un tacto y me explicó que el bebé estaba perfectamente y podía seguir intentando un parto vaginal, pero que por su experiencia sabía que acabaría teniendo que hacerme una cesaría, la cabeza del niño no cabía en mi pelvis. Accedí a que me hicieran la cesaría de inmediato ¿para qué alargar aquello?

Nos sorprendió gratamente que dejaran entrar al papá conmigo, fue muy bonito estar juntos en el primer llanto de nuestro pequeño. El quirófano también era muy agradable, taparon el instrumental para no asustarme. El anestesista, muy amable, tras pincharme la epidural se sentó a mi lado y me dio una mano, mi marido me cogió la otra mano. Me pusieron una lona verde para no ver lo que me harían y la comadrona me explicó lo que iba a pasar: “oirás ruido como de agua y luego al bebé llorar”, unos segundos después llegó aquel momento tan especial, todos los que allí habían se quedaron en silencio, envolvieron al peque y me lo pusieron sobre el pecho, tan cerca que no era capaz de verle bien la carita, el papi y yo no pudimos evitar emocionarnos.

El pediatra, muy cariñoso, le hizo la revisión allí mismo y nos iba informando de lo que le hacía y los resultados que obtenía, desde la camilla podía verlo perfectamente. Después tuve que ir a la sala de reanimación una hora (o dos, no lo recuerdo). Me dio un poco de rabia porque quería estar con mi bebé, pero sabía que con su padre estaba perfectamente. Al subir a la habitación, el celador me dijo que había visto a mi bebé y que era precioso.

Me gustó que no le hubieran dado ningún biberón en mi ausencia y que nada más tumbarme en la cama una enfermera me lo pusiera directamente al pecho para mamar. Me sentí muy acompañada, tranquila y respetada por todo el equipo de profesionales que me atendió, hicieron que afrontara una cesaría sin ningún miedo y con muchísima tranquilidad. Mi bebé y yo fuimos los protagonistas de ese momento y puedo recordarlo con muchísimo cariño.