El tacto vaginal es una de las exploraciones ginecológicas más típicas. Se trata de un procedimiento sencillo, que no debe molestar ni doler, pero tampoco es que sea algo agradable, de modo que hay que reservarlo para cuando realmente aporte información importante.

Hoy me centraré en el tacto vaginal durante el embarazo, antes del trabajo de parto activo.

¿Cómo se hace un tacto vaginal?

El tacto vaginal consiste en la introducción de los dedos índice y corazón, protegidos con guantes, dentro de la vagina de la mujer. En el caso de la embarazada, su objetivo valorar el cuello del útero (también llamado cérvix). Se suele realizar en posición ginecológica o de litotomía: con la mujer tumbada sobre la espalda y las piernas abiertas y ligeramente elevadas, apoyadas en los estribos. En ocasiones, durante el parto, también se puede hacer con la mujer tumbada, o incluso de pie. Para facilitar la exploración se utiliza alguna sustancia lubricante o vaselina.

Un tacto no debe doler. Si duele es porque la mujer se pone tensa y hace fuerza, porque se le está haciendo la maniobra de Hamilton (que detallo más adelante) o porque hay algún problema como una infección.

¿Qué información aportan los tactos durante el embarazo?

Los tactos permiten obtener información sobre la longitud y la dilatación del cérvix. Éste, inicialmente, es como el cuello de una botella, pero cuando la mujer se empieza a poner de parto se va ablandando, acortando (hasta borrarse del todo) y entreabriendo (dilatando). Un cérvix normal, antes del parto, tiene una consistencia elástica, mide unos cuatro centímetros de largo y se encuentra cerrado. La dilatación máxima, también llamada dilatación completa, es de unos diez centímetros.

Los tactos también permiten saber si la cabeza del bebé (o el culo, si está de nalgas) está muy arriba o muy abajo respecto a la pelvis. Cuando la cabeza está fuera de la pelvis decimos que está libre, y cuando se empieza a encajar decimos que está insinuada. A partir de aquí, irá bajando progresivamente por los diferentes planos del canal del parto (tenéis un par de clases sobre este tema en nuestros cursos online).

Por último, con el tacto nos podemos hacer una idea sobre las dimensiones de la pelvis, pero de un modo muy subjetivo y con poca precisión. Valorar la pelvis sola, sin tener en cuenta cómo se está adaptando la cabeza del bebé durante el parto, da información limitada, y antes de basar decisiones en esta valoración hay que estar muy seguro de ello.

¿Cuándo se hace un tacto vaginal?

El tacto vaginal tiene varias utilidades, pero hay varias situaciones típicas que pueden hacer necesaria la valoración del cérvix:

Cuando una mujer embarazada consulta por molestias en el abdomen o en la pelvis, o tiene sensación de barriga dura o directamente explica contracciones, hay que descartar que se esté poniendo de parto antes de tiempo. Aquí el tacto puede ser muy útil, aunque ha acabado siendo desplazado por la ecografía vaginal, que permite una medición mucho más precisa de la longitud del cuello. Un cérvix corto por ecografía indica un mayor riesgo de parto prematuro. Si se tiene un ecógrafo a mano, es la herramienta ideal, pero si no se dispone de él siempre se puede recurrir al tacto vaginal.

Para saber si una mujer está de parto, el tacto permite conocer si el cérvix está acortado, cuántos centímetros de dilatación tiene y si la cabeza está más o menos encajada en la pelvis. Además del tacto hay que averiguar si hay contracciones regulares, porque sin ellas no hay trabajo de parto, y una mujer puede estar tranquilamente un par de semanas con una dilatación de tres o cuatro centímetros sin estar de parto.

Antes del parto, en las visitas de las últimas semanas, hacer un tacto vaginal tiene poco sentido. Encontrar un cuello algo dilatado no implica que el parto vaya a ser inminente, y al contrario, aunque por la mañana esté largo y cerrado la mujer se puede poner de parto por la noche. Y, como he explicado antes, sin contracciones no hay parto. El día que inventen una bola de cristal para predecir los partos os lo contaremos, pero de momento los tactos vaginales sirven de poco para esto. En cambio, si nos planteamos una inducción sí que haremos un tacto: según cómo esté el cérvix, empezaremos la inducción de una manera o de otra.

 

Lo que sí que es importante recordar es que los tactos, como cualquier otro procedimiento, deben realizarse con el consentimiento de la mujer, siempre informando de qué se está haciendo y por qué.

 

¿Los tactos provocan el parto?

Un tacto, de por si, no es capaz de provocar el parto. Sí que puede ocasionar alguna que otra contracción por el hecho de estimular el cérvix, igual que cuando se tienen relaciones sexuales, pero difícilmente hará arrancar el motor del parto.

Otro tema es la maniobra de Hamilton, de la que ya os hemos hablado en alguna otra ocasión. Se trata de una técnica para intentar activar el parto separando las membranas de la bolsa amniótica de la pared del útero, y se hace a través del tacto vaginal, moviendo el dedo de un lado a otro en círculos como si fuese una peonza. Esta maniobra sí que molesta, y a menudo es dolorosa. Puede producir sangrado (el cérvix es muy sensible), e incluso la rotura de la bolsa. No siempre se consigue desencadenar el parto con ella (¡ojalá fuese tan fácil!), y en cambio puede generar contracciones molestas que no lleven a ningún sitio más allá de pasar un mal rato. Por estos motivos debe reservarse para situaciones muy concretas, como por ejemplo a las puertas de una inducción, o cuando la mujer lleva varios días con contracciones sin terminar de arrancar, y siempre, siempre, siempre con el consentimiento de la mujer. Lo que no es lícito es realizar una maniobra de Hamilton sin avisar y sin pedir permiso.

 

¿Los tactos tienen riesgos?

Un tacto realizado con cuidado tiene unos riesgos prácticamente inexistentes. El riesgo de infección es mínimo, salvo que haya alguna infección grave activa en la vagina. En cambio, durante el parto, los tactos demasiado repetidos sí que incrementan el riesgo de infección, sobre todo en partos largos y/o con muchas horas de rotura de membranas.

El cérvix tiene mucho riego sanguíneo, sobre todo al final del embarazo, y más si se ha empezado a modificar. Con un tacto se puede romper algún pequeño capilar, produciendo un ligero sangrado, que suele ceder sin hacer nada.

Los tactos se pueden realizar casi siempre, pero hay una situación en la que están rotundamente desaconsejados: en caso de placenta previa, porque un tacto podría desencadenar un sangrado abundante que podría poner en riesgo al bebé y a la madre. Más allá de estos casos puntuales, los tactos hechos con cuidado y respeto no son perjudiciales, pero como ya he dicho antes se deben reservar para cuando realmente sean necesarios y aporten información importante. Si no hay ningún síntoma y la mujer está tranquila y no necesita saber si ha dilatado, no tienen por qué hacerse.

 

Compra aquí los productos relacionados con este post: https://www.matertraining.com/matermarket/donnaplus-embarazo/