Mi parto… solo puedo decir que fue fantástico, y mejor no pudo ir. Mi ilusión era ponerme de parto yo sola, en casa, ya que con mi primera hija rompí aguas sin estar de parto y tenía muchas ganas de vivir las primeras contracciones en la intimidad. Los días iban pasando, la semana 41 se acercaba, tenía contracciones cada noche, y me planté a 4-5 centímetros de dilatación y con un cultivo positivo para estreptococo. En ese momento pesó más la seguridad de poder recibir dos dosis de penicilina que las ganas de empezar el trabajo sola, así que decidí que había llegado el momento e ingresé para una estimulación del parto.

Preparamos la maleta de mi hija mayor, que se iba a pasar un par de días con sus primos, pero se lo explicamos como una fiesta de pijamas. Creímos mejor no decirle que su hermanito nacería pronto… era muy pequeñita todavía y le crearía más nerviosismo que otra cosa.

Recuerdo que mientras aparcábamos el coche en la puerta del hospital hablé por teléfono con mi amiga Carolina, que había vivido la misma situación que yo pocos meses antes, y había parido en una hora.

También me acordé de Carolina cuando la comadrona me dio a elegir entre romperme la bolsa o ponerme oxitocina para activar el trabajo de parto. A Carolina le habían roto la bolsa… suena un poco entre elegir “susto” o “muerte”, pero yo elegí que me rompiesen la bolsa.

Fue casi instantáneo, como en mi primer parto (había hecho una rotura alta de la bolsa y en el hospital me la acabaron de romper), pero mucho más rápido e intenso. Cuando tenía una contracción, tenía la sensación de que me rompía por dentro. Esto no había sido así la otra vez, pero en esta ocasión la dilatación inicial era mayor y al ser el segundo todo iba muy rápido. El dolor era muy intenso, y la reacción de mi cuerpo era como de bloqueo, de cerrarse, de barrarle el paso al niño para que no saliese, así que tuve claro que quería analgesia epidural.

En mi primer parto tuve pocas contracciones mientras me ponían la analgesia, pero esta vez, a pesar de tener una anestesista veloz y muy buena, lo pasé un poco mal. Pero iba pensando “ya quedan tres o cuatro”, “la próxima ya será menos intensa”, y así fue. Llegó la calma. Notaba las contracciones, cosa que ya me iba bien, pero no me dolían, y podía mover perfectamente las piernas. En mi primer parto no fue así, pero esta vez tenía la sensación de controlar mi cuerpo. Eran la una de la madrugada y estaba a seis centímetros.

A partir de aquí todo ocurrió bastante deprisa. Era un momento mágico, y estaba pasando a demasiada velocidad… hubiese querido parar el tiempo allí. Mi marido iba poniendo música, y entre esto, la poca luz, la paz de la noche y el difusor de aromaterapia con esencias cítricas, nos sentíamos muy a gusto.  A menudo mi mente vuelve a esos instantes.

Pronto estuve en dilatación completa y notaba presión en el periné. La sala en la que estaba permitía parir allí mismo, y la verdad es que no tener que cambiar de espacio físico hace que dilatación y expulsivo tengan una continuidad. Me articularon la cama en la posición correcta, me colocaron un espejo, y llegó el momento de empujar. Menuda mata de pelo tenía, como su hermana. Tocarle la cabecita mientras coronaba, y mientras notaba un círculo ardiente en la vulva, fue indescriptible. Notaba perfectamente esa cabecita blandita en mi periné, podía dibujar un anillo de quemazón a su alrededor, pero sin absolutamente nada de dolor. Notaba la contracción, y empujaba a su ritmo. No mucho, más o menos en una intensidad de tres sobre diez, ya que quería dar tiempo a mi periné para irse distendiendo paulatinamente.

Mi marido estaba sentado a mi lado. En el primer parto, que tuvo lugar en una sala más parecida a un quirófano, se mareó. Esta vez no quería ver demasiado, pero estaba a mi lado, sentado, cómodo, relajado, sintiéndose a gusto y como en casa. Estuvimos muy bien acompañados.

A las 3:08 nacía nuestro hijo. Con una vuelta de cordón laxa en el cuello, como su hermana. Cuando habían asomado la cabeza y los hombros, terminé de sacar su cuerpecito blandito y caliente de dentro de mí con mis manos, notando, pero sin dolor, como salía de mi pelvis, y como pasaba por mi periné, seguido de un mar de líquido amniótico. De golpe, lo tuve en mi pecho descubierto, notando un vacío dentro de mí, como un cosquilleo. Era precioso, y muy parecido a su hermana… fue como un dejà vu.

Cerca de mis pies estaba la báscula, en la que lo pesaron en un momento: 3620 gramos, 200 más que su hermana. Rápidamente estuvo encima mío de nuevo. Estaba muy despierto y buscaba el pecho. Lo encontró, y le gustó. Pronto subimos a la habitación. Como era de noche, estábamos los tres solos, la familia llegaría más tarde.

Cuando cogí el teléfono para anunciar el nacimiento de Pau a los familiares y amigos, me encontré un mensaje de mi amiga Irene, de las 3:08 (hora de nacimiento de nuestro niño), en el que me decía que apretase fuerte. ¿Casualidad?

Al mediodía mi marido fue a buscar a nuestra hija mayor a la guardería. El primer contacto entre hermanos no se puede describir con palabras. La carita de la mayor era una mezcla de sorpresa, emoción, ilusión… fue verla y saber que querría a su hermano para siempre. Ya éramos cuatro en casa.