Transplantament-duterEstos días los medios de comunicación y las redes sociales hacen eco de una noticia que ha dado la vuelta al mundo: el nacimiento en Suecia del primer bebé cuya madre ha recibido un trasplante de útero. Este hecho constituye un aliento de esperanza para mujeres sin útero (por haber nacido sin él o por haberse extirpado por un cáncer) o con un útero gravemente dañado, que hasta ahora solo podían ser madres mediante adopción (cada vez más complicada) o maternidad subrogada (ilegal en muchos países, además de muy costosa).

Ayer domingo 5 de octubre se publicaron en la revista médica The Lancet los detalles del caso (podéis consultar el artículo, en inglés, en el enlace al pie de este texto). Se trata del caso de una mujer de 35 años afecta del Síndrome de Rokitansky, que consiste en una ausencia total o parcial de útero y vagina, con unos ovarios normales que funcionan correctamente. Esta paciente, además, como ocurre en otras personas con malformaciones uterinas, nació con un solo riñón.
Antes del trasplante la mujer se sometió a varios ciclos de estimulación de la ovulación para obtener óvulos, que se fecundaron in vitro con el esperma de su pareja. Los embriones que se obtuvieron fueron congelados a la espera del éxito del trasplante. A su vez, la donante, una mujer menopáusica de 6 1años con dos partos previos, amiga de la familia con una compatibilidad aceptable y el mismo grupo sanguíneo que la receptora, recibió tratamiento con pastillas anticonceptivas durante tres meses, presentando reglas.
La cirugía no es sencilla, ya que además de extirparse el útero de la donante deben obtenerse cuidadosamente las arterias y venas que lo nutren, para poder garantizar un correcto aporte sanguíneo al órgano en cuestión. Una vez extirpado, fue implantado en la paciente receptora mediante una delicada intervención. Ambas evolucionaron correctamente y fueron dadas de alta del hospital a los pocos días.

Como cualquier receptor de un trasplante, la paciente debía recibir tratamiento inmunosupresor para evitar el rechazo. Presentó su primera menstruación a los 43 días de la intervención, y a partir de entonces tuvo ciclos regulares. Los controles médicos fueron estrictos desde el primer día.
Un año después del trasplante, y habiendo adaptado el tratamiento inmunosupresor a un posible embarazo (ya se han descrito embarazos en mujeres con trasplante renal, así que este terreno ya es conocido), se transfirió un embrión en el útero trasplantado, dando como resultado un embarazo único que cursó sin incidencias hasta las 31 semanas. La mujer presentó tres episodios de rechazo del órgano moderados, uno de ellos durante el embarazo, que se solucionaron con tratamiento con corticoides.

A las 31 semanas y 5 días la mujer ingresó en el hospital con una enfermedad llamada preeclampsia, que consiste en un aumento de la presión arterial, pérdida de proteínas por la orina y alteración de la función del hígado y del riñón, entre otras cosas. Este problema es más frecuente en mujeres con un solo riñón, receptoras de trasplantes, sometidas a fecundación in vitro, o de edad avanzada (recordemos que el útero pertenecía a una mujer de 61 años). Así pues, que apareciese una preeclampsia no es un hecho extraño.
Tras varias horas de ingreso, la mujer precisó una cesárea de urgencia, que transcurrió sin problemas, y nació un niño de 1775 gramos (un peso adecuado a las 31 semanas) que evolucionó sin complicaciones.
Así como un trasplante de un órgano vital se considera definitivo si no hay rechazo, se aconseja retirar el útero trasplantado tras el nacimiento de uno o dos bebés. Una vez la mujer ya ha conseguido ser madre, los riesgos del tratamiento inmunosupresor ya no tienen sentido.

Tras este final feliz, se abren varios interrogantes. Sin duda el procedimiento es arriesgado, y hay quien podría pensar que tener hijos no es imprescindible. Y es que cuando pensamos en trasplantes, nos vienen a la cabeza órganos vitales como los riñones, el corazón, etc. Pero también existen trasplantes de estructuras no imprescindibles para la vida, como es el caso de las manos, la cara o el útero. ¿Merece la pena correr riesgos? La cirugía es complicada, el tratamiento inmunosupresor no está exento de riesgos… pero aquí también entra en juego el principio de autonomía del paciente. Quizás no todas las mujeres sin útero se someterían a semejante procedimiento. Pero para otras, la maternidad es un hecho vital y necesario, y asumirían ese riesgo y más para conseguir tener un hijo.
Por otro lado está el riesgo que asume el donante vivo. Los donantes vivos de un riñón, o de un fragmento de hígado, están salvando una vida. A su vez, utilizar el útero de una persona fallecida, sin haber estudiado bien el órgano y su capacidad para gestar (a menudo los donantes de órganos son jóvenes y no han tenido nunca embarazos), es menos seguro que trasplantar un útero que ya ha albergado embarazos hasta el término. La persona donante, en este caso una amiga de la familia, bien informada de los riesgos que asumía, hizo un gran regalo.
Sin duda, hay mucho que hablar al respecto del trasplante de útero, y mucho que investigar todavía. De momento, una mujer que en otra década no hubiese podido gestar hijos ha tenido la suerte de poderlo hacer gracias a los avances de la ciencia y al trabajo de un gran grupo de profesionales. Probablemente, en los próximos años veremos cosas que hasta ahora no habíamos ni imaginado.

Fuente: Revista The Lancet, 5 de octubre de 2014.
http://download.thelancet.com/flatcontentassets/pdfs/S0140673614617281.pdf

Laura Rodellar
Ginecóloga