La Obstetricia es la especialidad encargada de velar por la salud durante el embarazo, el parto y el posparto. Su nombre proviene del término latín obstare, que significa “restar a la espera”. Y es que precisamente se trata de esto, de no “hacer” nada, sino simplemente esperar, estar allí, velando por la salud y el bienestar… eso sí, con la antena puesta y un radar para detectar las posibles complicaciones que podrían surgir.
La Obstetricia la practicamos dos colectivos: obstetras y comadronas (o matronas). Los obstetras somos médicos que posteriormente nos hemos especializado en Obstetricia y Ginecología, y las comadronas, en cambio, son enfermeras especializadas en Enfermería Obstetrico-Ginecológica. Por tanto, en nuestro país ambos colectivos tenemos un título universitario y seguidamente hemos pasado un examen de oposición para acceder al periodo de formación especializada que nos permite el ejercicio de nuestra profesión. La diferencia principal se encuentra en las competencias de unos y otros: las comadronas se encargan de la normalidad, y en cambio los obstetras, además de la normalidad, atendemos la enfermedad. Así pues, un parto normal puede ser asistido por una comadrona o por un obstetra, pero un fórceps o una cesárea solo pueden ser llevados a cabo por un obstetra.
Cuando pensamos en un médico, en seguida nos viene a la cabeza la imagen de alguien que cura a las personas: que investiga qué tienen, que receta medicamentos, que opera, que pone vendas o yesos… en definitiva, alguien que arregla una parte del cuerpo que no funciona correctamente.
En cambio, la Obstetricia no es exactamente una medicina curativa (aunque cuando hace falta también cura), sino más bien preventiva. Como he dicho, los obstetras velamos por la salud de la mujer embarazada, trabajando para reducir la probabilidad de complicaciones y, si éstas aparecen, intentando minimizar sus consecuencias. Es decir, que solo curamos a veces, y cuando no hace falta que curemos simplemente estamos al lado de nuestras pacientes, haciendo su vida más fácil. Y esta es una de las cosas que más me gustan de mi trabajo: practicar la Medicina sin necesidad de curar.
La normalidad es lo más frecuente. El embarazo no es una enfermedad, y por lo tanto no hay que tomarse los controles como un juicio o un interrogatorio policial, sino como una confirmación de la normalidad. Estamos allí para observar que todo va bien, y a priori hay que pensar que todo va a ir bien si no se demuestra lo contrario.
El embarazo y el nacimiento de un bebé tienen un gran componente emocional. Se trata de un momento especial para la madre, su pareja y el resto de la familia. Además, cada mujer tiene sus expectativas y deseos alrededor del nacimiento, y cada vez hay más información disponible. Todo esto, junto a la esperable normalidad, hace a la Obstetricia se diferencie de otras especialidades médicas y quirúrgicas. En cualquier área de la Medicina el paciente toma sus propias decisiones en base a la información que se le da, y debe consentir cualquier procedimiento que se le proponga antes de su realización, pero a menudo el camino está bastante claro: una apendicitis se opera, una neumonía bacteriana se trata con antibióticos, etcétera. En cambio, en ocasiones en Obstetricia hay más de un camino correcto, o con ventajas e inconvenientes equiparables. Esto, junto con el componente emocional y las expectativas de la paciente, hace que la toma de decisiones sea mucho más consensuada entre médico y paciente que en otras áreas. Para todo esto hay algo fundamental: una buena relación médico-paciente y confianza en el profesional, y esto es algo que depende de ambos.
La hipermedicalización del embarazo y el parto a lo largo de décadas ha hecho que se realizasen intervenciones innecesarias, y esto ha llevado a las mujeres a cuestionar ciertas actuaciones por parte de los profesionales e incluso, en ocasiones, a desconfiar por sistema. Mi sensación es que, a día de hoy, estamos “volviendo” a la sensación de normalidad. Se están replanteando maneras de trabajar, actuaciones, protocolos, etcétera, caminando poco a poco hacia la mínima intervención necesaria. Queda camino por recorrer, pero si miro hacia atrás y me traslado a los inicios de mi etapa de formación (año 2005) el escenario ha cambiado bastante. Es tarea y responsabilidad de los profesionales seguir mejorando y adaptando nuestras actuaciones a la evidencia científica y a las expectativas de nuestras pacientes, pero también necesitamos que ellas confíen en nosotros.
¡Seguiremos en ello!
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