Se estima que entre un 5% y un 10% de las embarazadas son diagnosticadas de preeclampsia. Ésta es una de las enfermedades asociadas a la gestación que dan más complicaciones serias, tanto a nivel materno como fetal, en todo el mundo, y su causa aún se desconoce.
La preeclampsia, o también conocida como estado hipertensivo inducido por el embarazo, es una alteración que normalmente ocurre en la segunda mitad del embarazo (pasadas las 24 semanas) y se caracteriza por la subida de tensión arterial, presencia de proteínas en la orina (albúmina) y edema (hinchazón en pies, manos, cara, etc.), aunque se pueden añadir otros síntomas que nos indican que otros órganos pueden estar afectados: dolor en la zona alta del abdomen, dolor de cabeza, visión de lucecitas, etc. Para hacer el diagnóstico, además de la toma de tensión arterial, nos será útil determinar la albúmina (proteínas) en orina. Para ello se pide a la mujer que almacene toda su orina de 24 horas, y en ella se cuantifican las proteínas. Si no podemos esperar tanto, una simple tira reactiva de orina nos puede dar una pista.
Dentro de esta patología encontraremos estados más graves y más leves. Normalmente los más graves son aquellos que se inician de forma precoz (antes de la semana 32) y suelen tener como consecuencia partos prematuros inducidos por el riesgo materno y en ocasiones por el riesgo fetal.
De todas las mujeres que sufren preeclampsia, más o menos la mitad tenían ya hipertensión previa a la gestación, y otra proporción importante tienen factores de riesgo que nos pueden alertar y hacer vigilar exhaustivamente por equipos especializados. Dentro de los factores de riesgo más comunes encontramos: haber sufrido ya preeclampsia en embarazos previos, la obesidad, la diabetes o patologías de la coagulación sanguínea como las trombofilias. Pero hay un grupo no despreciable en las que aparece por sorpresa al final del embarazo.
Los últimos estudios van encaminados a detectar de forma precoz aquellas mujeres que pueden acabar sufriendo esta alteración para poderles dar medicación para intentar prevenirla, o al menos disminuir su gravedad. Dentro de los estudios que se hacen destaca la ecografía, donde se analiza la circulación – doppler- a través de las arterias uterinas (que son los vasos sanguíneos encargados de llevar la mayor parte de la circulación a la placenta y, por tanto, al bebé). Se ha visto que aquellas embarazadas que tienen esta circulación alterada tendrán más riesgo de desarrollar una preeclampsia o de hacer un bebé más pequeño.
Una vez se ha desarrollado ya la enfermedad, ésta sólo se solucionará si se acaba el embarazo, puesto que el origen de la misma es la placenta. Si se saca la placenta, se soluciona el problema. Éste radica en cuándo se inician los síntomas y qué órganos están afectados. No es lo mismo una embarazada que inicia todo este problema en la semana 37, en la que es fácil la decisión de finalizar la gestación, que en una que lo presenta en la semana 24, en la que la prematuridad nos hace mucho más difícil la decisión. Además, no es lo mismo una embarazada que debuta tan sólo con tensión arterial elevada pero controlada, que otra que lo inicia con la tensión alta, más alteración de las pruebas del riñón, más dolor de cabeza y alteraciones de diferentes parámetros de la sangre. Una es de poca gravedad, mientras que la otra puede tener serias consecuencias para la madre.
A parte de la madre, siempre hay que tener en cuenta al bebé. Es típico que estos bebés tengan problemas de crecimiento, suelen ser bebés más pequeños que la media y puede llegar el caso en que dejen de crecer y esto sea un motivo para finalizar la gestación.
Para intentar prevenir y adelantarnos a la cascada de malas consecuencias es importante seguir todos los controles establecidos durante el embarazo. La toma de la tensión arterial, el peso de la madre, el control del peso fetal y el consultar todos los síntomas que puedan surgir a lo largo del embarazo, son muy importantes para poder disminuir los posibles problemas.
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